Verdes de verdad

Verdes de verdad

La ecología ha pasado de ser una ciencia crucial a una ideología global, una forma de ver la vida, una manera de comportarse que abarca hábitos que influyen no sólo en el medio ambiente sino también en la energía que producimos, en movilidad que usamos, en los alimentos que comemos, en las enfermedades que tenemos. No es fantasía inventada, sino una realidad: la contaminación causa 10.000 muertes al año en España y siete millones en todo el mundo. Nueve de cada diez personas respiran aire contaminado y muchas mueren cada año por la exposición a las partículas microscópicas contenidas en el ambiente de ciudades duramente azotadas por la polución, como Pekín, Delhi, México, Bangkok, El Cairo o Sao Paulo, entre otras. Aunque no hay que irse tan lejos. En la misma Europa tenemos el caso paradigmático de Atenas, si bien también acusan el mal urbes como Roma, París, Londres o Madrid.

En la capital de España es ya famosa la boina gris de “smog” y porquería que envuelve la ciudad en los meses duros del invierno, cuando el uso de la calefacción se generaliza y no llueve casi nada. Un aire polucionado que se suma al producido también por las industrias, los coches, los autobuses y camiones, por las basuras que quemamos, los desechos que enterramos y el agua que ensuciamos y nunca reciclamos.

En las muestras del aire urbano de las ciudades es habitual encontrar exceso de anhídrido sulfuroso y partículas en suspensión, así como plomo y otros metales pesados, dióxido de nitrógeno, clorofluorocarbonos, dióxido de azufre, hidrocarburos aromáticos altamente peligrosos como el benceno y, por supuesto, dióxido de carbono, el tristemente famoso CO2, y monóxido de carbono emitido en abundancia por las chimeneas de las fábricas, los carburantes, el humo que produce el tabaco y los tubos de escape de los vehículos.

El monóxido de carbono es uno de los principales agresores de la salud de entre los contaminantes del aire que nos tragamos. Puede causar desórdenes respiratorios de todo tipo, irritabilidad, dolores de cabeza, enfermedades cardíacas y, por supuesto, cáncer.

El dióxido de nitrógeno y el ozono troposférico son con frecuencia responsables de muchos problemas asmáticos, picores, irritaciones y molestias en los ojos o en la garganta. Lo notamos la mayor parte de nosotros con frecuencia los días en los que el “smog” es excesivo. Están en los humos, reaccionan con las grasas insaturadas de las membranas celulares de nuestros tejidos produciendo radicales libres y dañándolas, y afectan de manera particularmente agresiva a los pacientes asmáticos o con EPOC. Los contaminantes viajan con frecuencia por el torrente sanguíneo y acaban produciendo enfermedades tanto a nivel cerebral como cardíaco.

Valga todo lo anterior para reiterar que la contaminación no es una invención sino una realidad que mata. ¿Acelera también el cambio climático?. Unos científicos dicen que sí y otros que no, pero es evidente que la polución ambiental es mala para el ser humano y la naturaleza, y que los dióxidos, monóxidos, clorofluorocarbonos y partículas que producimos no pueden acarrear nada bueno.

De ahí que, más allá de los fanatismos de ciertos profetas del apocalipsis climático, que los hay ahora por doquier, sea una necesidad de toda la sociedad, por encima de banderas e ideologías, la lucha sin tregua contra la contaminación.

La derecha española, igual que la mundial, ha caído en el error de dejar la ecología en manos de la izquierda, que se la ha apropiado de tal manera que a veces da la sensación de que izquierda y ecología son una misma cosa. No es verdad. La izquierda utiliza la ecología para sus fines ideológicos, vinculados generalmente al comunismo y sus confluencias. Pero el comunismo nunca ha sido ecologista: ni en China y en la antigua URSS ni en Cuba ni en Venezuela. En la izquierda abunda el “ecologista sandia” (verde por fuera, rojo por dentro). Y en la derecha sobran políticos miopes incapaces de ver que la ecología hoy es una necesidad social y que cualquier partido debe incluir la lucha contra la contaminación entre sus prioridades. Nos sobran comunistas maquillados de verde y también derechistas teñidos del mismo color. Y nos faltan dirigentes que sean lo que se dicen “verdes de verdad”. Que de esos hay pocos.

Source: La Razon

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