La terapia CAR-T será “la penicilina del siglo XXI”

La terapia CAR-T será “la penicilina del siglo XXI”

La terapia CAR-T constituye una forma de inmunoterapia personalizada dirigida específicamente al tumor. Este tratamiento ha demostrado una eficacia clara, con una tasa de curación elevada. En España, 11 hospitales están acreditados para llevar a cabo este nuevo tratamiento para determinados casos de leucemia y linfoma. Entre estos centros se encuentra La Fe de Valencia. Su jefe de Hematología, Guillermo Sanz, nos cuenta qué va a suponer esta terapia en la lucha contra multitud de enfermedades hasta hoy incurables. “La CAR-T tiene una molécula en su superficie que reconoce un receptor específico, o diana, en una célula tumoral y va a por ella. En el momento en el que se une a ella, se activa y atrae a un montón de otras células que le ayudan a destruir el tumor. Así, la enfermedad se reduce y en muchos casos desaparece”.

Actualmente, estas células CAR-T se están utilizando para el tratamiento de la leucemia linfoblástica aguda del niño y adulto joven y para el linfoma difuso de células grandes B. Sin embargo, el sistema de producción aún resulta complejo. Al enfermo se le tiene que extraer un poco de sangre; de ella se separan linfocitos T que se envían a la factoría de las compañías farmacéuticas que tienen aprobados estos productos (hoy en día solo en Estados Unidos). Ahí estas células son sometidas durante dos semanas a un proceso de expansión (con el objetivo de que haya muchas) y, por otro lado, además, se les introducen en su ADN los genes que les permiten reconocer a las células diana que uno quiere. “Afortunadamente, este proceso tan complejo se va a simplificar muchísimo en muy poco tiempo, de hecho ya existen ensayos clínicos en los que estas células no necesitan ser del paciente, se puede usar un donante altruista cualquiera. Ello permitirá tener esas células almacenadas y no perder, como ahora, casi tres semanas en el proceso. Así, además, se acabaría con las listas de espera en las fábricas de producción”.

A su juicio, las compañías farmacéuticas entienden que este sigue siendo un negocio arriesgado. “El factor limitante para la producción de estas células son los metros cuadrados, ya que para producir las células de un solo paciente se necesita una habitación de 20 metros cuadrados durante 15 días. Eso quiere decir que la inversión que tiene que hacer la industria farmacéutica para construir nuevas factorías es muy elevada. Si además tenemos en cuenta que estos medicamentos (las células CAR-T) han sido autorizados por las agencias reguladoras con un seguimiento de los pacientes muy corto y con ensayos clínicos en los que se han incluido muy pocos enfermos, todo el mundo está preocupado con la potencial aparición dentro de tres o cinco años de un efecto adverso inesperado y que no nos encontremos con una sorpresa desagradable como ya ocurrió con los ensayos clínicos de terapia génica en niños con inmunodeficiencias congénitas, que se tuvieron que parar porque tres niños desarrollaron al cabo del tiempo una leucemia”. Actualmente los dos productos aprobados utilizan un sistema de inserción con un virus distinto –lentivirus y retrovirus respectivamente–, “pero esto no excluye esa posibilidad, aunque reduce el riesgo”.

La industria está trabajando en otro sistema de edición génica “del que tenemos que estar muy orgullosos en España porque lo descubrió Francisco Mojica, un microbiólogo español de la Universidad Miguel Hernández de Alicante, aunque el sistema Crispr (en español “repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas”) lo han patentado dos investigadores estadounidenses. Este sistema es de una precisión extrema, ya que la inserción de los genes que se quieren introducir no se produce al azar, que es lo que ocurre con un virus, con lo cual el riesgo de que haya un problema inesperado se reduce prácticamente a cero”.

Los nuevos CAR-T que están entrando en ensayos clínicos “tienen menos toxicidad, son más eficaces, y son universales, si a eso se le suma que no tienen ese riesgo de efectos adversos, estamos hablando de un sistema totalmente nuevo”. Según cuenta el jefe de Hematología de La Fe, gracias a esta terapia se podrían beneficiar cada año, sólo con las dos indicaciones actuales, cerca de 750 pacientes con linfoma y 150 niños con leucemia linfoblástica aguda. “Pero lo que no nos imaginamos es lo que puede venir. En este momento hay ensayos clínicos en numerosos tumores de muy alta prevalencia, como el carcinoma de mama, de ovario o el glioblastoma. Además, esta técnica también ha demostrado una enorme eficacia en el tratamiento del VIH y podría ser aplicable al paludismo, tuberculosis, enfermedades por hongos y contra bacterias multirresistentes a los antibióticos. En el lupus eritematoso diseminado, una enfermedad autoinmune, también está funcionando. Así que si es eficaz en él podría funcionar en la artritis reumatoide, la esclerosis en placas, las enfermedades inflamatorias intestinales –como la enfermedad de Crohn o la colitis ulcerosa y múltiples enfermedades de causa inmune. Es decir, esto podría considerarse como la penicilina del siglo XXI. El cambio que va a suponer en el sistema sanitario es brutal”.

En cuanto al coste económico en recursos humanos y de infraestructuras que deberá afrontar nuestro sistema sanitario para poner en marcha esta terapia disruptiva, con eficacia y seguridad para los pacientes, asegura que la colaboración publico-privada es fundamental. Por un lado, aboga por desarrollar “de una vez por todas” una ley de mecenazgo que amplíe los beneficios para las empresas y, por otro, trabajar con la industria farmacéutica.

Source: La Razon

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